La tarde otoñal me sorprende con el ocaso, asomándose detrás de los altos y rectos eucaliptos , para perderse con el refulgor de sus destellos mientras un trinar de aves anunciaban su descanso en el espeso monte que bordeaba la laguna.
Podía sentir esa brisa fresca que traía el susurro del viento, el aire a hierbas secas y húmedas, el aroma a menta de las hojas desparramadas de los eucaliptos, la fragancia del aromito y del jazmín que invadía por toda la casa.
Como de costumbre antes de entrar a la casa me quedaba observando y al mismo tiempo haciéndome unos interrogantes. ¿Quién o quiénes vivían al otro lado de la laguna? Y esa la luz incandescente era natural o artificial?¿ Quienes cantaban largas horas bajo la luz de la luna?¿ Quien cortaba los leños haciendo sentir el filo del hacha?¿Quienes rondaban en las orillas con antorchas iluminando la noche?¿Quien tocaba la flauta para sentir más cercana a las estrellas?.
Sin hallar las respuestas a mi lista de interrogantes, presurosa entro a la casa, trabo la puerta, cierro todas las ventanas para sentirme más segura en medio de tanta naturaleza.Ilumino la casa con mis lámparas a kerosene. Más relajada agarro unos trozos de leños y prendo la fogata mientras en la pava de hierro (un regalo de mi abuela María) caliento mi té de anís y cedrón para poder despuntar mis horas sin reloj ni calendario.
La noche pasará abrazando sus misterios y un nuevo día vendrá con su olorosa fragancia a despertar mi sueño!
Seguido de otro atardecer, otro ocaso, y de otros interrogantes!
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