LA LAGUNA DE LOS INDIOS
El sol resplandecía aquella tarde de verano, la magia y el misterio de la laguna me atraía como un imán sin poder evitarlo.
Los camalotes en flor, esas enigmáticas irupés, los llantenes y otras plantitas acuáticas flotantes, llamaban mucho mi atención porque majestuosamente realzaba la belleza de la laguna de los indios, en un paisaje mágico y real.
Decidida y llena de ansiedad subí a mi pequeño bote desteñido y remé hasta llegar al centro de la laguna. Hechizada por la brisa del lugar me detuve a contemplar ese paisaje único, que solo la madre naturaleza nos puede regalar. Pasé largas horas admirando lo precioso de toda esa variedad de diversos vegetales, de múltiples formas y matices, transportándome a un verdadero paraíso de gamas cromáticas.
Llegó el momento de regresar cuando me sorprendió el ocaso y con él de pronto comenzó un festival de cánticos sonoros de distintas aves. No podía creer lo que estaba escuchando y al mismo tiempo mirando ese fantástico universo, que se despedía para ir a descansar. Sí, eran cánticos sonoros de patillos, mbiguà, tero.tero. garzas, chajà, pilinchos, pitogues, chochi, jocò, y las infaltables e inquietas canastitas que se fundían con el croar de los sapos y el lamentos de la ranas que entonaban una canción de amor...
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