MI CASA BLANCA DE LOTE CUATRO
De vez en cuando voy al patio para amacarme en mi sillón y disfrutar de la sombra del tupido mango y de la frondosa tala que parece enredarse con las nubes del cielo. Me invade tantos recuerdos y una lluvia de nostalgia me abraza reviviendo inolvidables y gratos momentos vividos, en mi casa blanca del barrio Bernardino Rivadavia. Esa casa blanca bordeada de diversas plantas y flores, espesas arboledas, amplio patio, una galería fresca como nuestra niñez y juventud, tan fresca y tan alegre, como era entonces, la vida en esa época.
Pienso cuánto me gustaban las florecillas silvestres, las margaritas, el malvón, el floripón, las campanitas y la flor del aromito y con cuánta delicia me acercaba para oler la fragancia, cuando comenzaban a florecer el naranjo, limón, pomelo, la mandarina y el apepú.
Que decididos y traviesos éramos en aquél entonces de añorados años, cuando trepábamos en el alto pino que estaba ubicado al frente de la casa, desde allí, podíamos observar hasta el más recóndito lugar del barrio. Nada se nos escapaba.
Por las noches con mis hermanos corríamos detrás de los bichitos de luz, intentando atraparlos o con sigilosos pasos nos dirigíamos hacia dónde cantaba el grillo y ver quién lo encontraba primero.
Pienso en las festividades de Navidad y año nuevo, en esas visitas de casa en casa, de portón a portón, de patio a patio, de turrones y pan dulce, de baldes llenos de clericó, del olor a melón, piña y sandía que invadía todas las casas del barrio, la infaltable serenata de Eleno, Papito y Anry.
No podían faltar las canciones de mis hermanos y sus amigos la canción del formoseño Kin Clave y la tradicional canción folklórica, "La chicharra cantora".
Era increible registrar lo que sucedía cada año, porque cuando las primeras chicharras empezaban a cantar, estaban anunciando la llegada del verano y en todo el barrio se escuchaba el cántico sonoro y soprano de las chicharras, teníamos nuestro propio concierto de chicharras cantoras.
Con cuánta ansiedad y alegría dejábamos nuestros zapatitos en el pesebre, para recibir nuestros regalos que nos traerían los famosos reyes magos, y que sorpresa para todos nosotros por que los reyes magos eran nuestros padres.
En plena siesta de Enero y Febrero, mientras mis padres dormían, me escapaba a puntas de talones para perderme en los caminitos muy angostos que se perdían entre montes y esteros para ver si podía atrapar un tero- tero!
Pienso cuando viví , en mi casa blanca de lote 4, aquella casa blanca, cargada de tanto amor, tantos sueños y tantas esperanzas.
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